Carlos y Andrés juegan a ser adolescentes malhablados que intercambian mensajitos por correo electrónico tratándose de usted. ¿Sus nicknames? Según el día, pueden ser El Cuco Llorón, Bob A. Licón, Monsieur Sandoz, El Culo Sucio, Pescadas, El Inefable Sr. Gama Alta. Parecen adolescentes, pero no lo son: Carlos tiene 58 años y Andrés, 46; son dos de los artistas más populares y convocantes del país y luego de 30 años en la ruta musical, grabaron una canción juntos por primera vez. ¿Cuál es la historia del día? Carlos “Indio” Solari y Andrés Calamaro, la nueva, desequilibrada, irónica, desintoxicada, sarcástica, gauchita, imprevisible e imbatible pareja del rock que hasta sueña con armar una banda de covers y salir a tocar por los barrios.
“El Indio es el Discépolo de nuestro tiempo”, asegura Calamaro. “Tengo mucho respeto por el riesgo artístico que corre Andrés”, destaca Solari. “Me cansa tener gente alrededor, si no meto un trago llega el malhumor”, cantan a dúo en “Veneno paciente”, el track siete del segundo álbum del Indio tras la disolución de Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota, Porco Rex.
“La grabación fue en Leloir –recuerda Andrés, en referencia al estudio que tiene el Indio en su casa, ubicada en el corazón de ese sueño hippie con forma de laberinto, bautizado Parque Leloir–. Ya conocía la canción y el riff y había escuchado una versión prematura de Porco Rex. Finalmente nos encontramos con las bases de «Veneno paciente» y primero lo canté respetando el fraseo original; después hice lo que habitualmente haría en una session vocal, que es un tejido de armonías y doblajes, como se puede escuchar en la mayoría de mis grabaciones también. La idea original era cantar juntos una letanía grupal, sin alardes soul ni «arrancadas» fuera de la melodía.”
Luego de escuchar el resultado final, sin duda se puede exclamar: ¡prueba superada! Alejada del tono característico con el que marcaron para siempre al rock argentino, esta histórica unión de voces casi pasa inadvertida y en “Veneno paciente” casi ni se diferencia un registro de otro. “Si bien no es una disculpa, cada vez que me preguntan por el tema trato de explicar que Andrés puede cargar mucho mejor una canción y que si quedó así fue debido a mi incapacidad para producirla mejor”, sugiere el Indio, sentado allí mismo en Luzbola, el estudio donde graba/juega/trabaja todos los días.
“Como productor, me doy cuenta de que la voz de Andrés está tan cargada de carácter y no tanto de belcanto, igual que la mía, que el concepto musical de este álbum, que está tan denso de texturas que todas las bandas están muy ocupadas y siempre hay contrapuntos, contracanto de guitarras, no dejó mucho oxígeno para que el carácter de su voz se luzca. De movida, la canción estaba pensada para que las intervenciones fueran relatadas casi como una letanía de oratoria, como un coro de letanía y por eso quedaron esas voces cantadas casi al unísono”, dice Solari. Calamaro, para que conste en actas, recuerda: “Fue una grabación serena, diurna, sin saturar las neuronas ni los sistemas nerviosos, acompañándonos con facturas y mate, probablemente café y el copetín habitual”.
Raíces redondas
Dicen que la primera vez que se cruzaron fue en tiempos de Redondos y Raíces –la banda de Beto Satragni con la que debutó Calamaro, allá por el Mundial 78–. “Hace casi 2000 años –exagera Andrés–. Creo recordar que los Redondos ensayaban al lado de nosotros, en Corrientes y Cerrito, un sótano debajo del bar Avecor. Después nos seguimos encontrando, puesto que el circuito de locales y pubs era similar para todos. En la misma esquina tocaba Soda Stereo, Redondos, Virus, Zavaleta o Abuelos. Además, muchos amigos míos fueron Redonditos también, como Willy Crook y el Gonzo, y compartimos algún instante en camarines.”
Pero la estrecha amistad que hoy los une llegó con el regreso del cantante a escena, tres años atrás y luego de un largo período perdido en su propio Camboya. “Cuando ensayamos con Bersuit en Del Cielito –continúa Calamaro–, el estudio ubicado en Parque Leloir del que el Indio es vecino, nos escribimos unas cartas, compartimos unos asados y terminamos de estrechar este valioso vínculo. No quiero desparramar elogios, pero soy un soldado de este gran señor, a quien quisiera considerar mi amigo, además de un compañero aleccionador y una fuente de inspiración.”
Poco después, Solari se despachó con la grabación de un tema de Andrés, “El salmón”, para el disco Escúchame entre el ruido, un homenaje por los 40 años del rock argentino, y marcó un nuevo hito: la primera vez que el Indio dejó registrado con su voz un tema que no era suyo. “Lo cantó con un fraseo ideal y es un auténtico honor escuchar una canción propia en la voz de este gran artista y compañero. El Indio es el Discépolo de nuestro tiempo. El y los Redonditos de Ricota son algo importantísimo que ocurrió en nuestra cultura rock, representan valores poéticos, rockeros, contraculturales, éticos y formales. Hoy en día, Solari y Spinetta son, fuera de cualquier debate, las figuras intactas de nuestro rock cantado, por actitud, elegancia, lírica, sentido del humor y seriedad.”
“Con Andrés me divierto mucho, me hace cagar de la risa –confiesa el Indio–. En un momento hasta hablamos de formar una banda para hacer covers de temas de rock internacional, traducidos, e ir a tocar a lugares chicos, sin ningún tipo de aviso ni nada, sólo para darnos el gusto de tocar.”
–¿Es posible armar algo así o es pura fantasía?
Calamaro: –Yo sinceramente espero que podamos concretar una próxima colaboración, ya sea en grabaciones o en conciertos. Es verdad que, para ambos, presentarnos en vivo, tal y como vienen barajadas las cosas, es someterse a una presión extraordinaria, y liberarnos de la masividad, del carácter de «eventos» magnos, para celebrar «recitales» más normales, sería un placer. Creo que es posible y que es necesario. Recorrer el país, ser espontáneos sin dejar de ser científicos, rockistas, en una grabación o en un show... Ojalá pronto suceda.
Por Sebastián RamosDe la Redacción de LA NACION
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